viernes, 14 de marzo de 2014

Posludio de una nota

Me hubiera gustado ser un escritor argentino. Todo menos un filósofo francés o cualquiera de las horribles combinaciones que puedan producir estos términos: un escritor filósofo me hace pensar en Azorín, y se me revuelve el estómago, un escritor francés en una insoportable presión acentual que me obliga a ir al baño, y un filósofo argentino me hace presente a Bucay, y no decir y no pensar en nada. Por eso no entiendo la intención de la nota que Blancaneus escribía en la entrada anterior, “Sobre la verdad”:

Per sortir una mica de l'obscurantisme, Discours de la Methode [sic], pour bien conduire la [sic] raison et chercher la verité [sic] dans les sciencies.
Lo del oscurantismo no sé cómo tomármelo, pero si se trata de un reproche hacia mi estilo, yo leo como un halago. En cuanto a la referencia a Descartes, en fin... aquí me resulta más difícil justificarme. Como Borges, muchas veces he abordado el estudio de la filosofía, pero siempre me ha interrumpido la felicidad.

         El otro día, sí, escribía sobre la verdad, pero no se trataba más que de un divertimento literario, o esa era al menos mi vanidosa pretensión. Como mucho, me interesa la ética, es decir, la respuesta a la segunda de las tres preguntas en que considera Kant el interés de la razón, «¿qué debo hacer?», en su Crítica de la Razón pura. Descartes estaba más preocupado por la teoría del conocimiento. Al menos, eso recuerdo de su Discurso del método, una lectura adolescente que hoy ya no me atrevo a comentar. Como he dicho, la filosofía siempre me fue esquiva. Solía contemplar las ideas más como productos estéticos que otra cosa y como que no soy platónico, la relación entre verdad y belleza tampoco me ha parecido nunca necesaria. Lo demás, solo juegos especulativos y a veces del todo infantiles, como la costumbre, alimentada por el querido señor Bor, que sí es en cambio un profundo conocedor de la filosofía, de divertirme con los nombres de los grandes pensadores de la historia: Quico Cansalà (Francis Bacon), Orgasmo de Rotterdam, Duns Escroto, y cosas peores.

         ¿Descartes? Nunca bromeé con él, seguramente porque cuando estaba en el instituto un compañero siempre contaba la misma anécdota, que nunca supe de dónde había sacado, en que alguien citaba, confusamente tal vez, pero con innegable clarividencia, a Sócrates y a Descartes de un solo tajo:

«Solo sé que no sé nada, luego existo.»

Pues yo lo mismo.