lunes, 18 de noviembre de 2013

Diario de un seductor desconcertado, VI


Julio de 2012

Antes de proseguir con estas confesiones, con estas notas confusas que solo ordena la incierta datación de cada jornada del diario –y no una metódica argumentación ni la exigencia de una justificación–, inscrita a posteriori y de manera más o menos aproximada, me veo en la necesidad de deshacer previamente algunas posibles imprecisiones derivadas de mi propia torpeza literaria. La primera pasa por aclarar que, a mi modo de ver, un diario se escribe en realidad para ser leído por otro o por otros, en ocasiones incluso para ser publicado. La excepción tal vez –la psicología infantil es para mí un campo inexplorado y hermético– la encontramos en esos ingenuos álbumes que los preadolescentes confeccionan laboriosamente y donde las palabras, los dibujos, las fotografías, los recortes, las hojas y los pétalos secos se aúnan en una amalgama intolerable donde solo importa el tosco presente y no el ruidoso ayer ni el inconcebible porvenir. El diario de un adulto, en cambio, está siempre dictado por un plan premeditado y no constituye en realidad más que un exhibicionismo diferido. Alguien –esa persona a quien va dirigido, un pequeño grupo de allegados a veces, el indeterminado pero siempre ávido de noticias conjunto de simpatizantes y de fans en otras ocasiones– lo leerá algún día. En cualquier caso, si se pone en duda lo que sostengo, o si se arguyen algunas excepciones más, mi caso al menos no lo es. Reconozco, sí, que estas páginas las escribo para que sean expuestas a la opinión pública y para que –por qué tendría que negarlo– tú también puedas leerlas, estés donde estés, escondida –seguro que tú prefieres refugiada, a salvo de mí tal vez− en ese lugar donde jamás se me ocurriría ir a buscarte.

         El otro asunto que exige algún modo de excusa es la inaceptable intriga que alimentaban las líneas finales del día anterior de este relato, por resultar en apariencia nada más que un calculado artificio para crear suspense que se sumaría al constante aplazamiento de la historia que todas estas páginas parecen consumar. Considere el suspicaz lector, escarmentado tal vez por groseras astucias argumentales precedentes, ajenas a mis manos, que todo lo que aquí se presenta dispuesto de una forma más o menos meticulosa y ordenada no me ha sido dado a conocer a mí mismo, en forma de experiencia vital propia, más que unas horas antes, dos o tres días a lo sumo, de su traslado al papel. Cualquier sospecha de fraude, pues, aunque comprensible, es del todo injusta.

         De cualquier modo, debo admitir que al parecer he construido una especie de insensato laberinto cuyos límites se agrupan en el núcleo y cuyo centro se encuentra en el exterior de su perímetro. Puertas absurdas que separan idénticos espacios, escaleras que desaparecen conforme son ascendidas, muros recubiertos de espejos en que Teseo y el Minotauro se contemplan al mismo tiempo y no se reconocen ni se distinguen el uno del otro, abismos donde al precipitarse uno se encuentra ante sí mismo y reemprende la marcha, duplicado, pasillos con una claridad lejana al fondo que se mantiene siempre a la misma distancia, siempre inalcanzable: tal es la arquitectura que mis palabras edifican.

         ¿Qué monstruo debo aniquilar? ¿Qué rostro mostrarán finalmente los espejos? ¿Qué, sin son uno Teseo y Minotauro? ¿Qué tengo que admitir, qué puerta debo franquear para continuar este relato? Podría pensarse que evito la revelación de algún suceso extraordinario y a la vez ignominioso, o como mínimo grotesco: una verdad incómoda pero ineludible para dar sentido a todo. En realidad, la vida es menos interesante que las especulaciones que hacemos sobre ella. No me reservo nada más que lo que no he tenido tiempo de escribir, e imploro el perdón del lector si mi incompetente retórica ha despertado en su imaginación unas expectativas que definitivamente, no se cumplirán. ¿Bastará con decir que después de tres semanas sin noticias de mi amante, esta mañana he encontrado por fin en mi buzón un sobre con la cantidad exacta como subvención a mi silencio?

sábado, 9 de noviembre de 2013

Andrés Neuman


Sobre Andrés Neuman se ha escrito mucho y se ha pensado poco. Suele pasar. La crítica literaria –donde concurren tantas deudas de agradecimiento, tantas manías, tantos tópicos, tantas enemistades, tantas ganas de figurar, tanta mera indigencia– se entrega con facilidad a esta costumbre.



         Neuman es un gran escritor en el sentido en que lo fueron también García Lorca (sin quererlo del todo, post mortem) o Neruda (muy calculadamente): es mediático, es un gran comunicador. Tiene algo, además, que aunque con fecha de caducidad juega mucho a su favor: no es un viejito achacoso y medio ciego. Neuman surgió como todo un niño prodigio (mejor opción que la de ser un poète maudit), y a su edad (tiene ahora 36 años) ya ha escrito mucho, ha ganado una buena cantidad de premios y ha dado que hablar por extenso. A pesar de esto último –un poco mejor que no ser citado en absoluto– Andrés Neuman sí vale la pena. Yo lo conozco sobre todo como autor de cuentos breves y hábiles, de artículos a veces demasiado urgentes, desiguales, y de una poesía directa e inteligente que alcanza la conmoción con facilidad, demasiada facilidad. Tengo pendiente la lectura de sus novelas, en las que imagino encontrar los mismos altibajos, el vaivén entre la brillantez y el descuido.

         Sea como sea, Neuman no deja nunca indiferente, y aunque tal vez escribe demasiado, sus dotes literarias obligan a tomar muy en serio el juicio emitido sobre él por Roberto Bolaño: “Tocado por la gracia. Ningún buen lector dejará de percibir en sus páginas algo que sólo es dable encontrar en la alta literatura, aquella que escriben los poetas verdaderos.” (Roberto Bolaño, Entre paréntesis). Un par de ejemplos, uno de su prosa y otro de su poesía, acabarán tal vez de convencer al lector:

Lugar

Después de una jornada de trabajo en una ciudad extranjera, en vez de regresar a mi provisional refugio, en lugar de volver a mi lugar, me sorprendo haciendo algo sigilosamente anómalo: me dirijo a otro hotel cercano al hotel donde me alojo, ceno con demora y me quedo leyendo en el lobby hasta muy tarde. Como mi comportamiento resulta absurdamente natural, nadie hace preguntas. Me dan las buenas noches y hasta me ofrecen té. Por un instante siento una desdibujada euforia que se parece al extravío, un extravío que se parece a la levedad. Intuyo entonces cierta lógica en este minúsculo desplazamiento. Como en una cadena migratoria, acabo de convertir mi anterior hotel en mi casa, y el siguiente hotel en un hotel. Quizá la hostelería sea eso: una mudanza de la perspectiva. La edificación de una distancia con respecto al hogar. Hay una especie de patria en la huida. Al final de esa huida, ahí, cruzando la frontera de sí mismo, alguien desnudo se da la bienvenida.

(Del blog Microrréplicas, de Andrés Neuman, 29 de mayo de 2013)


Te pesan las costillas y la nuca
y te pesan las horas, el aire trepa y cae por dentro de tu pecho,
se crece en espiral, tu mano imprime surcos en la piel arenosa...
No te estás extinguiendo, estás tan vivo
que has comprendido el hueco de la pérdida.

Igual que un casco
volcado por el gesto de un soldado al que asombra
la música de sangre de su propia metralla,
así pierdes el odio y queda a tus espaldas, entre el fango.
Tus costillas, antílope, esconden un reloj:
te preguntas quién pudo darle cuerda.

(De La canción del antílope, Pre-Textos, Valencia, 2003.)

A. Distrievich

sábado, 2 de noviembre de 2013

Guillermo Bianchi


Desde su voluntario exilio suramericano, Andrei me envía esta nueva nota y una pequeña antología de un poeta argentino del que no tengo otra noticia que la que me ofrece mi amigo. Al leer sus líneas, advierto que nuestra poesía (en todas las lenguas) es tan extremadamente manierista y ensimismada que parece que no nos separe solo un océano sino todo un siglo en el que aún no hemos entrado:

Unas notas sobre Guillermo Bianchi, por Andrei Distrievich

Poco sé decir de Guillermo Bianchi. Que nació en la ciudad de Buenos Aires en 1970. Que ha ganado y ha sido finalista de varios premios de poesía. Que publicó el año pasado el libro de poesías La luz de los vencidos (Enigma Editores, 2012). Que acabo de leer ese libro.



         Para Laura Yasan, autora del prólogo, el libro «transita una poética de un fino clasicismo que explora lenguajes coloquiales en tono de confidencia [...] y también caminos alternativos de ruptura y experimentación». Los rasgos experimentales a que Laura Yasan se refiere son de naturaleza lingüística sobre todo, como la incorporación de algunos neologismos y también algunas construcciones sintácticas desacostumbradas, y favorecidas la mayor parte de las veces por la ausencia de puntuación. En cuanto al «fino clasicismo» notado por la prologuista, es una afirmación poco argumentada aunque evidente incluso en una lectura superficial del libro: una equilibrada combinación de versos cortos y largos, que nunca llegan al versículo porque se someten a laxos pero suficientes requisitos métricos (abundan los endecasílabos, heptasílabos, alejandrinos y versos afines), la tendencia a la brevedad en los poemas y a la contención en la expresión.

         Lo mejor de La luz de los vencidos –como si lo dicho no fuera ya más que suficiente– es su cercanía, su equilibrio (pese a la gesticulación romántica de algunos de sus poemas, como «Orfandad» y «Objetos varios», que copio abajo) entre la transcendencia y el decir cotidiano y personal, su retórica casi coloquial (Guillermo Bianchi frecuenta la antítesis, los paralelismos y la anáfora, bases de la poesía popular) y su léxico sencillo pero a la vez cargado de significaciones a veces insólitas en el poema, sin llegar más que a un mesurado surrealismo –en el poema «El orden de las cosas», por ejemplo–, al alcance de cualquier lector de poesía.

         En cuanto a los temas, aunque la propia poesía, el paso del tiempo y el recuerdo de lo perdido –el tono elegíaco es frecuente– aparecen con insistencia, el amor es el que domina, un amor acabado, el de "los vencidos", que persiste aún, sin embargo, con una luz que ilumina algunas líneas y oscurece otras, convirtiendo cada poema en un juego de claroscuros hasta su final, desesperado a veces (un amor como una cuerda que "repentinamente / se enredó en mi garganta") y animoso otras ("todas las realidades me parecen ficticias /  todas las utopías me resultan posibles”).

El orden de las cosas

los muros los escombros me transmiten recuerdos
obedezco al lenguaje del cristal que trepida
respondo al juramento desleal del relámpago
la simple observación de una canilla
me provoca un intenso sentimiento de ahogo
el fuego vaticina mi futura memoria
los relojes me llevan de modo inevitable
a treparme a la copa de los árboles
para lanzar mi aullido a la intemperie
toda consternación me pertenece
toda felicidad me contradice
el silencio lastima mis oídos
contemplo horrorizado la belleza del día
y persigo a mi sombra para no despistarme
soy el ojo que rige mis bruscas mutaciones
el barco que establece sus propias tempestades
todas las realidades me parecen ficticias
todas las utopías me resultan posibles.


Mar adentro

el mar toda una vida a la intemperie
toda una vida el corazón cerrado
al no ser mar qué breve la mención de tu nombre
yo que nunca lloré bajo una nube
ni recorrí las costas del espanto
te hago cárcel de mí labio a mi copa
en un mundo que goza desenterrando espadas
rodeándome de perros la memoria
el mar respira en vos y es como un rezo
como una crisis que jamás descansa
y no te haré saber qué interminable
qué árido terreno transita el que no duerme
el que profana tumbas buscando su cadáver
el que flota en las aguas del dolor y la culpa
yo soy un rumbo aparte
el mar me condiciona a tu paisaje
y la noche me busca vivo o muerto.


Conclusiones

este amor que no empuño ni reclamo
este deseo que resguardo en vos
como una medallita de la suerte
este amor de sonámbulos y espías
de aliento contenido
de sangre en movimiento
una sombra pegada a la pared
trepando por la furia del espejo
amor que no es abrigo
ni sábana
ni oxígeno
sino una cuerda
que intenté sujetar
para no ahogarme
y repentinamente
se enredó en mi garganta.


Orfandad

hace noches que arrastro este cadáver
hemos bebido juntos del furor y la bruma
hemos acariciado la muerte a contrapelo
aliviado el dolor en madrigueras
donde la realidad pasa de largo
un ala negra sobre el cielo puro
batiendo contra el pecho
su avidez de relámpago

casa por casa fuimos
a derramar la hiel de nuestra angustia
hemos visto la calle sin ventanas
donde van a besarse los suicidas
antes de transformarse en certidumbre
hemos amanecido con un tiro en la frente
y un puñal escondido en la garganta

hace noches que intento abandonarlo
envolverlo en mi abrigo
y acostarlo en su espanto
como quien deja a un niño
                                          a los pies de una iglesia.


Objetos varios

En cuánto ardor ardí de puro tigre
cómo fui piedra cómo explosión de vos y no te odié.

¿Qué noche  qué prisión no he contenido?
cuánta tersura sabe la memoria del tacto
cuánto ahínco la llave del deseo
que me volvía perro entre los perros
continuación de vos  bruta herramienta.

¿Qué diente no me atina
qué enemigo no he visto en cada espejo?
yo talismán  yo néctar  yo carnada
para la red voraz de tu apetito
acéfalos tus labios  más soplo reclamaban
más huella  más renuncia  más prodigio
cómo fui viento cómo región de vos y no te odié.

¿Qué acero  qué fantasma no me hiere?
yo carne  yo derrumbe  yo testigo
del odio abandonado en su dilema
del amor enterrado en su proeza.